Es innegable que la revolución industrial
ha significado un gran avance material para aquellas sociedades que la han
tenido. Incluso hoy en día, se puede observar como el proceso de industrialización
y división del trabajo lleva a una menor tasa de pobreza en muchos países.
Quizás el caso chino sea el más llamativo. En aproximadamente 40 años, China ha
pasado de ser una economía rural con una relevancia nula, a convertirse en la fábrica
del mundo, en una de las economías más grandes y en uno de los principales
inversores. Además, en la actualidad China está haciendo esfuerzos
significativos en convertirse en un referente mundial en el desarrollo de
productos nuevos y en la internacionalización de empresas capaces de competir
con las multinacionales más consolidadas de los países desarrollados. Naturalmente,
China no es el país ideal. Afronta significativos problemas tanto sociales como
ecológicos, consecuencia de una revolución industrial al estilo siglo XXI con
una población superior a la que tenía Europa cuando atravesó este proceso. Existen desafíos importantes.
Las mejoras que podemos observar a lo largo de la historia en la riqueza de las naciones suele ir ligada a la implementación de nuevas tecnologías y nuevas fórmulas de trabajo y gestión. Dichos factores llevan a que el trabajo implique la creación de un valor añadido superior al que hubiera tenido sin dichos cambios. Luego, el disfrute de las mejoras materiales que los nuevos avances traigan dependerá, en parte, en la medida que una mayor parte de la población dispuesta a trabajar (población activa) pueda desempeñar dichos trabajos de alto valor añadido. Cuanto mayor sea la proporción, mayor será el bienestar económico que disfrute un país al igual que su estabilidad económica y resistencia a los ciclos económicos.
Tanto la historia como la
actualidad demuestran está afirmación. Una condición necesaria, no suficiente,
para un mayor bienestar material se presenta como clara. Sería de esperar que
los países persiguiesen de forma constante el cumplimiento de esta condición. En resumen, lo que se está señalando es lo
siguiente. La implementación de nuevas tecnologías, modos de producción y
gestión llevan a que el trabajo cree un mayor valor. Esto se traduce en una
mayor productividad..
Una enseñanza que está clara
desde hace más de un siglo, parece no ser comprendida por muchos gobernantes. Tomemos
el ejemplo de España. La política económica española en este aspecto ha tenido
dos vertientes. Primero, ha buscado el aumento de la productividad mediante la
reducción del coste del trabajo. Segundo, ha reducido la inversión en
Investigación y Desarrollo. Esta política es errónea.
No existe tal cosa como un
aumento de la productividad gracias a la reducción de los salarios. Si los
medios de producción son los mismos, y una hora de trabajo que cuesta 10
produce 20, la disminución del coste del trabajo a 8 seguirá resultando en 20.
No hay aumento de la productividad, sino una transferencia de parte del valor
creado a otro agente económico. Está política no lleva a la generación de nueva
riqueza, sino a su transferencia. Si se introdujera una nueva tecnología en el
método productivo, y con el mismo trabajo se pasase de producir 20 a 22,
estaríamos hablando de un aumento de la productividad. El mismo esfuerzo crea
más riqueza. Fue la posibilidad de llevar a cabo dichos cambios en el valor
creado por el trabajo lo que llevo a ciertos países poder disfrutar de un mayor
grado de opulencia.
La política de reducción de
salarios no lleva al resultado querido. Incluso, puede traer efectos adversos.
Los incentivos a una mayor formación por parte de los trabajadores, o inversión
en métodos más eficientes de producción por parte de la empresa, pueden llegar
a verse reducidos si las ganancias de dichos actos son bajas o nulas. No hay
incentivo a la formación si lo que se espera como resultado es un nivel de vida decreciente. No se hace ingeniería
para ganar 600 euros al mes. Si ese es el panorama, o se busca trabajo en otro
país o no se estudia ingeniería. Los incentivos a innovar en los métodos de
producción son menores si la empresa puede ir aumentando los beneficios vía la
reducción de salarios. Es sin duda el camino con menor riesgo. Además, el
ambiente laboral y las relaciones sociales entre los distintos agentes
económicos empeoran. Dicho empeoramiento también puede reducir los incentivos.
En relación a la segunda política
mencionada, la reducción de la inversión en Investigación y Desarrollo, es un
ataque directo a la productividad. En este caso, el Estado español está abandonando
una de las herramientas más importantes para el aumento del valor creado
por el trabajo. Por falta de medios e
incentivos, se reduce la capacidad del país para crear nueva riqueza. España
está de este modo diciendo que abandona el desarrollo tecnológico, fuente de mayor
valor, beneficios de las empresas y bienestar de los trabajadores, y por tanto,
fuente de la riqueza del país.
Un país que centre su desarrollo
en estas dos políticas está condenado a sufrir un empobrecimiento general de
forma gradual y una alta inestabilidad económica. En consecuencia, un mayor malestar
general.
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